En las elecciones del año dos mil doce, las que hicieron presidente a Peña Nieto y alcalde a José Luis Abarca, participé a favor de AMLO y JLA, entrevisté a éste último para un programa de radio que se canceló antes de que la entrevista saliera al aire.
Durante la alcaldía de JLA, Iguala vivió un auge inusitado: calles remozadas, alumbrado público, servicios funcionales, plazas y jardines bien cuidados, etc. Había rumores y también hechos. Los hechos acallaban los rumores, ante una acusación de amenazas, se alumbraba una calle, ante los abusos policíacos se inauguraban nuevos proyectos. Una nunca vista buena administración oscurecía las infamias a luz del día.
“Hace cuatro años caminaba con mi novia por las entonces alumbradas y limpias calles de Iguala, escuchando a lo lejos una verbena popular, decidimos cenar tacos a una cuadra de distancia de donde Ángeles Pineda, daba su segundo informe de labores. Pedí dos órdenes con todo.
Decidía entre salsa roja o verde cuando muchachos con uniforme de preparatoria corrieron por las mesas afuera de la taquería, los ignoré pensando que solo jugaban, detrás de ellos salió una mujer cargando a su hijo mientras gritaba ¡AHÍ VIENEN!. Se escucharon armas de fuego muy cerca de nosotros, con la gente ya arremolinada en la calle nuestra reacción fue protegernos dentro. Llevé a mi novia hasta el baño del local mientras bajaban la cortina. Durante larguísimos cinco minutos los disparos se siguieron escuchando, cerca y lejos. Los gritos en la calle no cesaban, imaginé un baño de sangre. Intentaba tranquilizar a mi novia y marcaba por teléfono a familiares.
Después de unos minutos sin disparos quienes entramos al local decidimos abrir, al ver que no había peligro decidí que debíamos alejarnos rápido, pagué y de inmediato busque un taxi que mágicamente apareció lo abordamos y le indicamos la dirección pidiéndole alejarse de esa zona. El viaje fue tranquilo, recibíamos llamadas para preguntar nuestro paradero. Al llegar a casa la noticia ya corría tan rápido que nadie pudo ver los detalles se hablaba de grupos armados, ayotzinapos, una revolución, todos tenían una versión. Yo pensaba en lo irreal de aquellos disparos. Las redes sociales hicieron lo suyo. Antes de la media noche ya se había encontrado un cuerpo, atacado a un camión de niños deportistas y una maestra había perdido la vida. La ciudad respiraba el shockeante olor a sangre y la muerte se nos restregaba en la cara.”
A las dos horas de terror en la ciudad le siguieron meses de incertidumbre, la falsa calma del orden y la paz por la fuerza y finalmente el abandono; los políticos abandonaron la investigación y la verdad, los igualtecos nos queremos obligar a abandonar el recuerdo. Como un símbolo máximo del abandono del recuerdo, el PRI ganó las elecciones siguientes.
Esa noche solo quería dos órdenes con todo, pero la orden se dio en otro lugar.
La incompetencia y la incapacidad se conjuntaron creando un limbo caótico. La incapacidad de un alcalde que se acotó a excusarse. La incompetencia de un gobierno federal incapaz de investigar y resolver, que aprovechando su mayor estructura encontró chivos expiatorios nada inocentes. El agua somera era calma, el remolino destruía todo en el fondo.
El silencio más grande no se vivió la madrugada del veintisiete de septiembre de dos mil catorce, fue en los siguientes meses cuando Iguala era noticia internacional, la ciudad donde se firmó la consumación de la independencia, se confeccionó la primera bandera mexicana, se celebra una gran feria y tenemos el asta bandera más grande de Latinoamérica. En esta ciudad lo único que era noticia era lo que los habitantes querían callar.
Un pequeño monumento apenas perceptible se levanta en el lugar donde un grupo de estudiantes se encontró con policías locales y grupos armados. Iguala es una ciudad que no busca hacer memoria, si no olvidar, sin darse cuenta que el olvido legitima la barbarie.
Durante estos cuatro años he pedido a quienes aplauden o se burlan (los hay) de la masacre del veintiséis de septiembre que no justifiquen la muerte (sic) de los cuarenta y tres estudiantes de la normal de Ayotzinapa, que justifiquen una, si estás de acuerdo en el asesinato de una persona imagínate siendo quien jala el gatillo.
Iguala como cualquier ciudad del mundo no estaba preparada para lidiar con la infamia e intenta torpemente regresar a la cotidianeidad de las calles sucias, gobernantes corruptos, venta de oro, borrachos en las calles y el dedo apuntando a la cara del otro.