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¿Y ahora qué?

Por: Luis Manuel Espinoza Juárez

Es una pregunta simple: ¿Y ahora qué?

Llegado el momento todos lo hemos pensado, una vez que tal o cual cosa suceda o termine, ¿qué hago?, ¿qué hacemos?, ¿qué sigue?, cuando me gradúe, cuando me retire, cuando consiga el ascenso que quiero, cuando compre el auto de mis sueños, cuando me case, cuando tenga hijos: ¿Qué seguirá?

Hace unos días tuvo lugar una manifestación en la ciudad de México y en varios puntos del país, en la que diversos colectivos de mujeres marcharon y se organizaron para hacer un llamado a la autoridad, para exigir algo que desde hace años debería estar garantizado: su seguridad.

Todo esto no es gratuito, vivimos una ola de violencia desde hace algunos años que se ha recrudecido recientemente. Factores hay muchos, desde el desempleo, presencia activa de grupos criminales, mala gestión gubernamental, descomposición social y otras cosas más que nos recuerdan que la utopía es un simple sueño, reservado para otro orden de homínidos, que muy seguramente nosotros extinguimos.

Volviendo al tema, si algo caracteriza a la sociedad mexicana es que somos extremadamente resistentes a la decepción, de todo tipo y en cualquier nivel, no sé si sea porque vivimos rodeados de ella, porque no conocemos otra cosa o por simple “flojera social”.

“Hemos sido tolerantes hasta excesos criticados, pero todo tiene un límite”.

En estos días vi a varios publicar esta frase (refiriéndose a las manifestaciones), vi a la gente añorar que alguien reprimiera a sus compatriotas, solo porque evidenciaban una verdad, sí, pero una verdad incómoda para el que ya se forzó a aceptarla y a vivir con ella.

Afortunadamente no hay voz de respuesta a sus peticiones de ceder sus libertades a cambio de la comodidad cotidiana de la realidad oficial, ¿verdad?

Es triste que te recuerden por ser feo, matar estudiantes y por una frase que “describe” el actuar del gobierno en una época en la que el activismo político era un verdadero acto de… valentía(¿?), y no me malinterpreten, lo sucedido con Díaz Ordaz fue una verdadera tragedia, un “parteaguas” en el activismo político y un recordatorio de la fragilidad de la moralidad gubernamental. Pero ignorando todos los lugares comunes respecto a la sociedad mexicana, al 68, a las marchas y el activismo, me gustaría abundar en las características de tan peculiar frase, dicha a la ligera por muchos hoy en día, pero con algunas cosas interesantes si estiramos los significados hasta que concuerden con nuestro mensaje, es decir, si deformamos la realidad de una frase simple, escrita por un asesor mal pagado para contar una historia que: muy probablemente te lleve a una profunda reflexión, o tal vez no, pero ya estamos aquí.

“Hemos sido tolerantes…”

¿Realmente la sociedad mexicana es tolerante? Respuesta corta: No.

Respuesta larga: Depende, (¡ah como les fascina que todo siempre dependa!, pero así es la realidad, depende y no siempre depende igual). 

Si bien somos tolerantes con nuestra propia esfera de mediocridad y con la del medio que nos rodea, en realidad no somos tolerantes como sociedad; no tiene mucho que dejamos de agarrar a machetazos todo lo que no entendíamos, y sí, sé que nos fascina sentirnos como un país moderno, de primer mundo, con todos esos bonitos edificios, ciclovías, internet de 200 megas (simétricos) y niños haciendo malabares con limones en el semáforo, eso sí, junto a Palacio de Hierro y Walmart, nos encanta forzarnos a olvidar que hace 100 años si tenías la mala fortuna de nacer en México muy probablemente morirías de Polio o en algún campo de cultivo, trabajando hasta que el maíz absorbiera hasta tu última gota de dignidad; nos fascina pensar que no, pero somos una sociedad profundamente desigualitaria en muchos aspectos, no solo el económico, y de nuevo, no me malinterpreten, el punto de la sociedad no es ser todos iguales, vivir en casas redondas, todas idénticas, y solo usar ropa gris, no. Pero para coexistir pacíficamente deben existir ciertos estándares para que pueda desarrollarse la competencia y la virtud.

Racismo, clasismo, machismo, (y otros “ismos”) son nuestra herencia, muy propia de tiempos que ya no existen y creada por el azar evolutivo del pensamiento medieval, horrible, sí, pero pudo ser peor, y de cualquier modo ya estamos aquí, lo que ves es lo que hay; somos todos los que estamos y estamos todos los que somos (por desgracia).

“…Hasta excesos criticados, pero todo tiene un límite.”

Primero, ¿realmente todo tiene un límite?, la historia, la biología y el señor que autoriza tus créditos bancarios, probablemente opinen que sí, pero no sé, seguramente ha habido más impunidad que justicia y más represores que libertadores, entonces: ¿Cuánta opresión debe vivir un pueblo para iniciar una revolución?, ¿cuánta injusticia debe soportar una nación para derrocar al dictador que llegó luego de la revolución?, ¿cuál es la gota que derrama el vaso?, y ¿qué pasa con el agua?

Creo que un buen ejemplo para retornar al punto inicial es, precisamente, las marchas y el “vandalismo” perpetrado por los colectivos de mujeres, que como cualquiera que tenga de frente a la cruel realidad: Tienen miedo, y la masa convierte el miedo en agresión.

Como ya todos deben saber, hace unos días (bastantes, ya) una mujer acusó a un grupo de policías de haberla violado; meses después sucedió la tragedia de Ingrid Escamilla; y luego, por desgracia, está el caso de Fátima. Y este caso, sumado a los cientos de casos de abuso, secuestro y desaparición que se han dado, fueron la gota que derramó el vaso. 

Hubo movilizaciones, se buscaron responsables, se pidieron respuestas, se sintió impotencia y se rayaron paredes. Personalmente me dan igual las paredes, los monumentos y todo por lo cual la gente se rasgó las vestiduras en los últimos días, es triste, pero no significa nada, entiendo el enojo y la frustración, sí, pero sé que en unas cuantas semanas, todo habrá vuelto a la normalidad: seguiremos enterrando a nuestras madres y hermanas; pero en silencio de nuevo, hasta que el vaso se vuelva a llenar, otros salgan a las calles y luego vuelvan decepcionados a forzarse a convivir con el miedo, y así una y otra vez, hasta que: como siempre, por fuerza del tiempo, las cosas cambien, para bien o para mal, o pierdan vigencia. Nada es más triste para cualquier causa que caer en la irrelevancia social. El verdadero ciclo sin fin es: 

Reflector->Acción->Frustración->Irrelevancia->Hartazgo->Reflector…

No existen soluciones fáciles, nada es ideal, si hubiera una receta para la paz, seguramente estaría resguardada por hombres armados, pero no es así, si bien la sociedad mexicana no está en el nivel de putrefacción de la estadounidense, pues para eso todavía “le cuelga”, tenemos serios problemas, y no sabemos cómo solucionarlos.

No sé porque creemos que el ser más complejo sobre la tierra debería tener soluciones simples a cualquiera de sus problemas. Existen claro, algunos que te harán creer que tienen las respuestas, y alardearán al respecto durante 18 años (o más incluso), y habrá quien les creerá y quien decida arriesgarse, pero al final del día, las buenas intenciones, las oraciones, los discursos y las excusas no servirán para nada: el bosque se incendia y los bomberos lo iniciaron.

Todo era más fácil en la revolución francesa, solo buscabas al noble más cercano y lo pasabas por la guillotina, poco elegante pero funcional, ¿no?, pues quizá, pero hoy en día no podemos darles un masaje de cuello estilo guillotina a la violencia y a la descomposición social, pues son males sin rostro: síntomas de la enfermedad humana.

-Oye, pero eso no es divertido, debe haber culpables.

Pues sí y no.

Si bien podemos “responsabilizar” a los gobernantes, funcionarios y guardianes del orden, realmente no hay mucho que ellos puedan hacer, pueden duplicar las cámaras, los rondines, la presencia militar, sí, pero eso no se convertirá en seguridad, el presidente puede salir a dar un discurso conmovedor y puede tratar de establecer la paz por decreto gubernamental, pueden entregarnos las cabezas de cada violador, de cada asesino y ladrón (si los encuentran, claro), pero eso no acabará con las violaciones, las muertes o los robos, podemos romper todos los vidrios de la ciudad, del país si lo prefieres, podemos hacer todas las consignas, grafitis inspiradores y “chafas”, es más: podemos prenderle fuego a toda esta maldita ciudad, arrancarle las plumas al águila, una a una, y hacerla tragarse cada maldito nopal, pero cuando terminemos, solo podremos vernos las caras, toser entre el polvo, el humo, las plumas y decirnos: ¿Y ahora qué?

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Publicado enColumna